MALI SOR·MIÉRCOLES, 11 DE NOVIEMBRE DE 2015
Lo personal es político, y solo desde ahí puedo hablar del tema que nos convoca. A mí me tomó un tiempo reconocerme como un trans masculino. Creo que compartía el prejuicio y los estereotipos que muchxs feministas tienen con respecto a las masculinidades trans. Es raro. Temerle a la masculinidad, como si fuese algo malo, como si fuese una infección o como si fuese propiedad privada de los machos. Como si masculinidad fuese sinónimo de violencia. Es raro, pero completamente comprensible.
Cosas extrañan comienzan a pasarle a uno cuando se nombra trans masculino, y en especial cuando lxs otrxs comienzan a codificarte como un mae más. En los últimos tiempos, mis compas, hombres, han empezado a incluirme en sus conversas “de maes”. De maes, es decir, sobre mujeres, que es lo que usualmente no hablan frente a las chicas, en especial frente a las feministas. Es raro para mí, también, algo a lo que me estoy acostumbrando. Y en general no es grave. A veces alguno se pasa de tono y yo trato de dislocarlo con alguna réplica.
Pero a veces, a veces entiendo nuestros miedos y prejuicios y quiero salir corriendo y de mi identidad y de mi cuerpo. Hace unos días me ocurrió una experiencia que me sacudió un poco. Conversaba en una fiesta con un compa muy querido, sobre las últimas tonteras de nuestras vidas. Al rato, aparece una compa en común, una compa feminista con la que compartimos espacios y cariño desde hace un buen tiempo. Ella se agacha a tomar una cerveza de la hielera. Anda un vestido muy bonito. Pienso que se ve guapa y sonrío para mí. Pero mi sonrisa es interrumpida por el comentario de mi amigo, que con cara de lobo testosterónico me dice casi babeando frente a su presa: “imposible no verle el culo a fulana, verdad?”. Tragué fuerte y no pude bien reaccionar. Apenas logré empujarlo, así muy masculinamente, y decirle con tono desorientado: maeee, voy a ignorar que dijo ese comentario!
No sé si a todo el mundo le queda claro por qué me molesta ese comentario. Supongo que no, porque a mi compa, un tipo de izquierda, sensible, “breteado”, con una masculinidad que se pretende alternativa, el comentario le salió muy fluido y naturalizado.
Mi molestia no es, en modo alguno, producto del conservadurismo. El conservadurismo no es lo mío. Yo soy pro porno, pro trabajo sexual, pro S/M, etc. Pero soy pro estas cosas porque creo que es posible hacer porno feminista, trabajo sexual feminista, S/M feminista. El problema no está en mirar, yo también miro, el problema no está en el deseo, yo también deseo. El problema está en la mirada que incomoda, en el comentario que al chocar contra la piel rasguña en forma de vergüenza, en el espacio que deja de ser seguro, que se convierte en un campo de tensión donde una chica no puede relajarse, sentirse bonita y bajar la guardia, porque incluso ahí, entre compas, una mujer tiene siempre que andar a la defensiva.
El problema está en cómo agenciamos nuestro propio deseo, y cómo desde nuestro lugar de privilegio masculino naturalizamos formas de expresarlo que resultan violentas para las otras personas.
Estoy convencidx de algo que se ha dicho ya hasta el cansancio: el feminismo se vive en el cuerpo. No hay de otra. Es un acto totalmente personal y a la vez colectivo. No basta llenarnos la boca de palabras y ponernos la camiseta morada, si seguimos relegando a nuestras compas a los espacios subordinados en nuestras organizaciones, si seguimos pidiendo voluntariAS para hacer de secretariAS en una asamblea dizque-horizontal, si seguimos exponiendo a nuestras compas para que sean ellas quienes den ellas la cara por el aborto, mientras les decimos al oído qué decir en el megáfono, si seguimos creyendo que la violencia patrimonial no es violencia, que golpear la mesa y levantar la voz para ganar una discusión política, no es violencia, que seducir a estudiantes de primer ingreso para reclutarlas en las filas de nuestros partidos de izquierda no es violencia, que aprovecharse de la borrachera de nuestras compas feministas liberadas no es violencia… Mientras el feminismo no pase por el cuerpo, por la mirada, por la identidad y por todo, ningún discurso vale, por más citas textuales y argumentaciones lógicas que tenga.
Y por esto precisamente me cuesta tanto entender cuando desde un feminismo conservador se nos cierra la puerta a las masculinidades trans, alegando que nos pasamos de bando, que ya las luchas de las mujeres no son las nuestras, que elegimos el lado del poder. Como si la masculinidad fuera esencialmente mala. Como si la construcción de una masculinidad elegida y contrahegemónica fuese un asunto fácil.
Yo quiero un feminismo que me pase por el cuerpo, que me atraviese la piel entera, no solo los genitales. Ni para ser un hombre necesito un falo entre las piernas, ni para ser feminista necesito que me venga la regla. Lo que necesito es un cuerpo con conciencia, que vibre, que se conmueva, que se indigne, y que sienta en la carne y la postura la necesidad urgente de los feminismos.
El feminismo se vive en el cuerpo, y eso un cuerpo trans lo tiene muy claro. A propósito de una acción virtual contra el acoso callejero escribí hace un tiempo:
Yo sufrí acoso callejero durante veintitantos años de mi vida. Fui socializadx como mujer. Tenía el pelo largo, compraba ropa en la sección "femenina" de las tiendas y al salir a la calle el pensamiento binario indiscutiblemente me codificaba como mujer.
Recuerdo el tortuoso año en que debía atravesar una calle con una construcción para llegar al colegio. Recuerdo bajar la cabeza y sentir vergüenza por mi existencia. Recuerdo que mi hermano menor se asustaba. Recuerdo no entender nada.
Pero no hay que confundirse, no es un problema de clase, un problema de “nicas” como escuché tristemente por ahí. Crecí en una familia acomodada y recuerdo las miradas de los viejos burgueses en las fiestas, que se iban tornando más lascivas conforme avanzaban los tragos. Recuerdo el miedo de ir a la cocina o ir al baño. Recuerdo los viajes en bus cuidándose siempre las nalgas, los viajes en taxi con la paranoia al tope tras historias de varias compas que tuvieron que saltar de vehículos en movimiento para evitar violaciones.
Lo personal es político, y solo desde ahí puedo hablar del tema que nos convoca. A mí me tomó un tiempo reconocerme como un trans masculino. Creo que compartía el prejuicio y los estereotipos que muchxs feministas tienen con respecto a las masculinidades trans. Es raro. Temerle a la masculinidad, como si fuese algo malo, como si fuese una infección o como si fuese propiedad privada de los machos. Como si masculinidad fuese sinónimo de violencia. Es raro, pero completamente comprensible.
Cosas extrañan comienzan a pasarle a uno cuando se nombra trans masculino, y en especial cuando lxs otrxs comienzan a codificarte como un mae más. En los últimos tiempos, mis compas, hombres, han empezado a incluirme en sus conversas “de maes”. De maes, es decir, sobre mujeres, que es lo que usualmente no hablan frente a las chicas, en especial frente a las feministas. Es raro para mí, también, algo a lo que me estoy acostumbrando. Y en general no es grave. A veces alguno se pasa de tono y yo trato de dislocarlo con alguna réplica.
Pero a veces, a veces entiendo nuestros miedos y prejuicios y quiero salir corriendo y de mi identidad y de mi cuerpo. Hace unos días me ocurrió una experiencia que me sacudió un poco. Conversaba en una fiesta con un compa muy querido, sobre las últimas tonteras de nuestras vidas. Al rato, aparece una compa en común, una compa feminista con la que compartimos espacios y cariño desde hace un buen tiempo. Ella se agacha a tomar una cerveza de la hielera. Anda un vestido muy bonito. Pienso que se ve guapa y sonrío para mí. Pero mi sonrisa es interrumpida por el comentario de mi amigo, que con cara de lobo testosterónico me dice casi babeando frente a su presa: “imposible no verle el culo a fulana, verdad?”. Tragué fuerte y no pude bien reaccionar. Apenas logré empujarlo, así muy masculinamente, y decirle con tono desorientado: maeee, voy a ignorar que dijo ese comentario!
No sé si a todo el mundo le queda claro por qué me molesta ese comentario. Supongo que no, porque a mi compa, un tipo de izquierda, sensible, “breteado”, con una masculinidad que se pretende alternativa, el comentario le salió muy fluido y naturalizado.
Mi molestia no es, en modo alguno, producto del conservadurismo. El conservadurismo no es lo mío. Yo soy pro porno, pro trabajo sexual, pro S/M, etc. Pero soy pro estas cosas porque creo que es posible hacer porno feminista, trabajo sexual feminista, S/M feminista. El problema no está en mirar, yo también miro, el problema no está en el deseo, yo también deseo. El problema está en la mirada que incomoda, en el comentario que al chocar contra la piel rasguña en forma de vergüenza, en el espacio que deja de ser seguro, que se convierte en un campo de tensión donde una chica no puede relajarse, sentirse bonita y bajar la guardia, porque incluso ahí, entre compas, una mujer tiene siempre que andar a la defensiva.
El problema está en cómo agenciamos nuestro propio deseo, y cómo desde nuestro lugar de privilegio masculino naturalizamos formas de expresarlo que resultan violentas para las otras personas.
Estoy convencidx de algo que se ha dicho ya hasta el cansancio: el feminismo se vive en el cuerpo. No hay de otra. Es un acto totalmente personal y a la vez colectivo. No basta llenarnos la boca de palabras y ponernos la camiseta morada, si seguimos relegando a nuestras compas a los espacios subordinados en nuestras organizaciones, si seguimos pidiendo voluntariAS para hacer de secretariAS en una asamblea dizque-horizontal, si seguimos exponiendo a nuestras compas para que sean ellas quienes den ellas la cara por el aborto, mientras les decimos al oído qué decir en el megáfono, si seguimos creyendo que la violencia patrimonial no es violencia, que golpear la mesa y levantar la voz para ganar una discusión política, no es violencia, que seducir a estudiantes de primer ingreso para reclutarlas en las filas de nuestros partidos de izquierda no es violencia, que aprovecharse de la borrachera de nuestras compas feministas liberadas no es violencia… Mientras el feminismo no pase por el cuerpo, por la mirada, por la identidad y por todo, ningún discurso vale, por más citas textuales y argumentaciones lógicas que tenga.
Y por esto precisamente me cuesta tanto entender cuando desde un feminismo conservador se nos cierra la puerta a las masculinidades trans, alegando que nos pasamos de bando, que ya las luchas de las mujeres no son las nuestras, que elegimos el lado del poder. Como si la masculinidad fuera esencialmente mala. Como si la construcción de una masculinidad elegida y contrahegemónica fuese un asunto fácil.
Yo quiero un feminismo que me pase por el cuerpo, que me atraviese la piel entera, no solo los genitales. Ni para ser un hombre necesito un falo entre las piernas, ni para ser feminista necesito que me venga la regla. Lo que necesito es un cuerpo con conciencia, que vibre, que se conmueva, que se indigne, y que sienta en la carne y la postura la necesidad urgente de los feminismos.
El feminismo se vive en el cuerpo, y eso un cuerpo trans lo tiene muy claro. A propósito de una acción virtual contra el acoso callejero escribí hace un tiempo:
Yo sufrí acoso callejero durante veintitantos años de mi vida. Fui socializadx como mujer. Tenía el pelo largo, compraba ropa en la sección "femenina" de las tiendas y al salir a la calle el pensamiento binario indiscutiblemente me codificaba como mujer.
Recuerdo el tortuoso año en que debía atravesar una calle con una construcción para llegar al colegio. Recuerdo bajar la cabeza y sentir vergüenza por mi existencia. Recuerdo que mi hermano menor se asustaba. Recuerdo no entender nada.
Pero no hay que confundirse, no es un problema de clase, un problema de “nicas” como escuché tristemente por ahí. Crecí en una familia acomodada y recuerdo las miradas de los viejos burgueses en las fiestas, que se iban tornando más lascivas conforme avanzaban los tragos. Recuerdo el miedo de ir a la cocina o ir al baño. Recuerdo los viajes en bus cuidándose siempre las nalgas, los viajes en taxi con la paranoia al tope tras historias de varias compas que tuvieron que saltar de vehículos en movimiento para evitar violaciones.
Recuerdo atravesar un parque con las obscenidades más violentas que he escuchado como ruido de ambiente, como si susurrarlas las hiciera menos agresivas y asquerosas.
Recuerdo la primera vez que un compañero del colegio se aprovechó de que "estábamos muy enfiestados". Recuerdo todas las demás. Recuerdo los nombres de cada uno de esos "compas" a quienes hasta el día de hoy les he quitado la palabra por disfrazar de borrachera el abuso sexual a alguna de mis amigas. Recuerdo mi cuerpo flaco cayendo al piso cuando un "compa" empujaba la puerta para forzar su entrada a mi habitación, porque en su mente un hombre puede siempre autoinvitarse a un encuentro entre mujeres.
Creo que algo tenemos que aportar los hombres trans a estas discusiones sobre masculinidades feministas. No porque ser trans nos libre automáticamente del patriarcado, estamos lejos de eso. Debe haber proporcionalmente tantos machos trans como machointelectuales progesistas hay en la universidad. Pero hay algo, hay algo precisamente en nuestra forma de mirar que aloja una potencialidad transformadora. No miramos de la forma en que odiamos haber sido alguna vez miradxs. Quizás porque la transgeneridad implica necesariamente la deconstrucción y reconstrucción consciente, tenaz y planificada de la masculinidad y la feminidad, de todo aquello que nos fue impuesto, prohibido y asignado. Es apenas un punto de partida, pero es un punto que puede ser muy rico. No siempre lo hacemos desde una posición contrahegemónica, pero el sistema nos empuja a eso. Nuestros feminismos, no son feminismos “solidarios”, “respetuosos”, “intelectuales”, “cool”, ni “estratégicos”. Las etiquetas, las pugnas de poder, las citas textuales, los potenciales votos y las banderas nos valen poco. Nuestros feminismos son carnales, corporales, urgentes y reales. Cuando los conjuramos, nuestros feminismos están hechos de piel y sangre, de hormonas, lágrimas, miradas, violencia y carne.
Mientras los hombres, incluso los que se autonombran feministas, sigan viviendo un feminismo sin cuerpo, un feminismo intelectual, un feminismo cómodo de libros y activismo virtual, la violencia y el poder seguirán oprimiendo los cuerpos feminizados en todos los espacios, sin distinguir entre izquierdas y derechas. Mientras los hombres no encuentren maneras de pasar el feminismo por sus cuerpos, mientras sigan creyendo que las relaciones de poder se acaban con talleres para aprender a ser caballeros, mientras sigan instrumentalizando las luchas feministas para ganar votos en sus campañas, mientras sigan teniéndole pavor a la feminidad, mientras sigan acaparando los espacios horizontales, mientras sigan creyendo que el feminismo se puede practicar sin tocar los propios privilegios… mientras sigan los hombres viviendo un feminismo sin cuerpo, seguiremos teniendo masculinidades no feministas y micromachismos violentos incluso viniendo de aquellos hombres que llamamos compas.
* texto presentado en la mesa: Hombres feministas ante el reto de la autonomía, igualdad y no violencia
Creo que algo tenemos que aportar los hombres trans a estas discusiones sobre masculinidades feministas. No porque ser trans nos libre automáticamente del patriarcado, estamos lejos de eso. Debe haber proporcionalmente tantos machos trans como machointelectuales progesistas hay en la universidad. Pero hay algo, hay algo precisamente en nuestra forma de mirar que aloja una potencialidad transformadora. No miramos de la forma en que odiamos haber sido alguna vez miradxs. Quizás porque la transgeneridad implica necesariamente la deconstrucción y reconstrucción consciente, tenaz y planificada de la masculinidad y la feminidad, de todo aquello que nos fue impuesto, prohibido y asignado. Es apenas un punto de partida, pero es un punto que puede ser muy rico. No siempre lo hacemos desde una posición contrahegemónica, pero el sistema nos empuja a eso. Nuestros feminismos, no son feminismos “solidarios”, “respetuosos”, “intelectuales”, “cool”, ni “estratégicos”. Las etiquetas, las pugnas de poder, las citas textuales, los potenciales votos y las banderas nos valen poco. Nuestros feminismos son carnales, corporales, urgentes y reales. Cuando los conjuramos, nuestros feminismos están hechos de piel y sangre, de hormonas, lágrimas, miradas, violencia y carne.
Mientras los hombres, incluso los que se autonombran feministas, sigan viviendo un feminismo sin cuerpo, un feminismo intelectual, un feminismo cómodo de libros y activismo virtual, la violencia y el poder seguirán oprimiendo los cuerpos feminizados en todos los espacios, sin distinguir entre izquierdas y derechas. Mientras los hombres no encuentren maneras de pasar el feminismo por sus cuerpos, mientras sigan creyendo que las relaciones de poder se acaban con talleres para aprender a ser caballeros, mientras sigan instrumentalizando las luchas feministas para ganar votos en sus campañas, mientras sigan teniéndole pavor a la feminidad, mientras sigan acaparando los espacios horizontales, mientras sigan creyendo que el feminismo se puede practicar sin tocar los propios privilegios… mientras sigan los hombres viviendo un feminismo sin cuerpo, seguiremos teniendo masculinidades no feministas y micromachismos violentos incluso viniendo de aquellos hombres que llamamos compas.
* texto presentado en la mesa: Hombres feministas ante el reto de la autonomía, igualdad y no violencia
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